miércoles, 8 de enero de 2020

Aquí me quedo.




Llevo dando vueltas mucho tiempo. Destruido. Perdido en nubes de tabaco y labios distantes.

Estoy perfeccionando el giro de muñeca, bebí bruta y rubia, y conseguí mover a la gente como un profeta. Fuimos a la calle a 0ºC, se me da bien alentar borrachos. Son un buen séquito, alborotadores y disolutos. Como está siempre mi cerebro. Los impulsos venían de los tragos pasando por los extremos de mis axones, los bebidos lo recuperaban post sinápticamente, quizá al contrario. Quién sabe, no entiendo la biología, la puedo suponer. Solo sé que rodearme de borrachos me hacía sentir algo más real y desapercibido. Nadie mira a los ojos esperando ver una inteligencia, solo mantenerse en otro sitio y, casi siempre, no molestarse entre ellos.

Entonces aparece ella y coincide con el alcohol. Ella y el alcohol, dos efectos que se unen. Como las olas y la arena, el viento y las hojas, un graznido y el mal augurio, la lluvia y la nostalgia o mi esperanza y el subsuelo.

Muchas veces aplacé y escapé de ella. Esa noche no lo hice y bebí de las dos, ese agua de vida y ella.
Tras un altercado en un antro por algo de su antiguo querer, se derrumbó y en algún momento noté sus labios contra los míos, esos labios pesaban, hacía tiempo que no notaba algo tan preciso y cargado, eso me tranquilizó al principio, quizá fue porque desde hace mucho los buscaba y eso apaciguó el mal estar de no obtenerlos, cuando dejé de pensar en ello comenzó la excitación. Mi yo estático anestesiado por el alcohol se transformó en algo ubicuo, fui esteta.

Nos refugiamos en el calor de su apartamento y antes de nada, el mal estar. El antiguo querer la texteaba a su teléfono y ella se desubicó al leerlo. Su aliento ya no oreaba whisky y travesura, sí tristeza. Tras unos diálogos sincopados conseguí entender su cabreo y frustración, ese cabrón le había rebanado esta noche en ese antro. Una vez me contó que no sabía querer, aunque estaba equivocada, era el resto quien se conformaba con conceptos de amor atávicos, ella sabía querer, como quiere el huracán a las partículas con las que danza.

El calor del alcohol volvió a aparecer en sus coletazos finales, cuando ya no estás bien. Por hoy era demasiado para mi, estaba agotado. Ahora era una monda emocional y luchador pírrico, no en vano, pero agotado. En este momento no lograría remontar.
Nos despedimos con un asqueroso beso que me recompuso, ajustó algo en mi, sería el cariño que me calmó al principio, la certeza de su piel.

El camino a casa fue muy triste, hacía frío y lo de dentro se mantenía en ascuas. Estaba cachondo y acabado. Me quedaba un cigarro pero estaba roto por el filtro, no tenía ningún filete engomado para hacer cirugía, aún así lo prendí, con mis dedos apretando la separación para que el humo entrase escapando lo menos posible. No sé porque quiero encerrar este humo, estoy a favor de la huida. Todo el mundo debería huir joder.

1 comentario:

Unknown dijo...

Un relato magnífico. Una perla de oscuros reflejos.