lunes, 19 de abril de 2021

Las cosas giran






Placer
Tu piel se retuerce al notar mi cercanía.
Tienes que brincar,
girar,
convulsionar.
Todo lo que sea acercarte a mi tacto.

Asco
Tu piel se retuerce al notar mi cercanía.
Tienes que brincar,
girar,
convulsionar.
Todo lo que sea alejarte de mi tacto. 

miércoles, 8 de enero de 2020

Aquí me quedo.




Llevo dando vueltas mucho tiempo. Destruido. Perdido en nubes de tabaco y labios distantes.

Estoy perfeccionando el giro de muñeca, bebí bruta y rubia, y conseguí mover a la gente como un profeta. Fuimos a la calle a 0ºC, se me da bien alentar borrachos. Son un buen séquito, alborotadores y disolutos. Como está siempre mi cerebro. Los impulsos venían de los tragos pasando por los extremos de mis axones, los bebidos lo recuperaban post sinápticamente, quizá al contrario. Quién sabe, no entiendo la biología, la puedo suponer. Solo sé que rodearme de borrachos me hacía sentir algo más real y desapercibido. Nadie mira a los ojos esperando ver una inteligencia, solo mantenerse en otro sitio y, casi siempre, no molestarse entre ellos.

Entonces aparece ella y coincide con el alcohol. Ella y el alcohol, dos efectos que se unen. Como las olas y la arena, el viento y las hojas, un graznido y el mal augurio, la lluvia y la nostalgia o mi esperanza y el subsuelo.

Muchas veces aplacé y escapé de ella. Esa noche no lo hice y bebí de las dos, ese agua de vida y ella.
Tras un altercado en un antro por algo de su antiguo querer, se derrumbó y en algún momento noté sus labios contra los míos, esos labios pesaban, hacía tiempo que no notaba algo tan preciso y cargado, eso me tranquilizó al principio, quizá fue porque desde hace mucho los buscaba y eso apaciguó el mal estar de no obtenerlos, cuando dejé de pensar en ello comenzó la excitación. Mi yo estático anestesiado por el alcohol se transformó en algo ubicuo, fui esteta.

Nos refugiamos en el calor de su apartamento y antes de nada, el mal estar. El antiguo querer la texteaba a su teléfono y ella se desubicó al leerlo. Su aliento ya no oreaba whisky y travesura, sí tristeza. Tras unos diálogos sincopados conseguí entender su cabreo y frustración, ese cabrón le había rebanado esta noche en ese antro. Una vez me contó que no sabía querer, aunque estaba equivocada, era el resto quien se conformaba con conceptos de amor atávicos, ella sabía querer, como quiere el huracán a las partículas con las que danza.

El calor del alcohol volvió a aparecer en sus coletazos finales, cuando ya no estás bien. Por hoy era demasiado para mi, estaba agotado. Ahora era una monda emocional y luchador pírrico, no en vano, pero agotado. En este momento no lograría remontar.
Nos despedimos con un asqueroso beso que me recompuso, ajustó algo en mi, sería el cariño que me calmó al principio, la certeza de su piel.

El camino a casa fue muy triste, hacía frío y lo de dentro se mantenía en ascuas. Estaba cachondo y acabado. Me quedaba un cigarro pero estaba roto por el filtro, no tenía ningún filete engomado para hacer cirugía, aún así lo prendí, con mis dedos apretando la separación para que el humo entrase escapando lo menos posible. No sé porque quiero encerrar este humo, estoy a favor de la huida. Todo el mundo debería huir joder.

sábado, 10 de agosto de 2019

Dientes, dientes y unos ojos.

Me entra mucha nostalgia cuando paso por una calle, en realidad las calles son cambiantes y cada mal estar o mala borrachera hace que las sienta de una forma. Esta vez y esta calle fueron nostalgia. Yo simulaba la marginalidad de un animal desubicado y me fijé en el suelo. Existía un agujero, un agujero en la calzada. Cuando era más joven jugaba con ese agujero, borracho y desenfadado, no sé por qué me hacía gracia, quizá el peligro de atropello y la poca importancia hacía la muerte que le dan los adolescentes. En este momento me estaba destruyendo y no era divertido. Ese agujero era una peca en el firmamento y solo yo me estaba dando cuenta. 

Seguí caminando y me encontré a un psicoanalista, también borracho y solo. Empezamos a hablar del franquismo y del exilio estético de Fernando Arrabal, de cómo ante el robo de la identidad en una clase social se puede y debe alzar en revolución.

También hablamos, un momento que me arrepiento, de que su oficio era una tontería, que cualquier buen conversador al que no le debas una confianza puede hacer lo mismo que él. Como un camarero. 
Este psicoanalista se puso triste, pero yo le increpé aún más. Le dije que la antropología y la biología eran el origen de su existencia intelectual y que él y su gremio era una farsa. Me dijo que no quería hablar más conmigo porque iba demasiado ebrio. Yo seguí mi camino.

En un momento dado miré mi móvil, pensé en escribir a cualquier persona, en mi estado era una buena idea. Al final escribí a alguien que ya me había escrito. Una mujer con los dientes muy afilados.
Me contestó que mis pensamientos eran ridículos y que me fuese ya a dormir, por lo que me fui a por otra cerveza.
Cuando la conseguí, a base de regateos a un magrebí, me senté en un muro. Las vistas eran un descampado caliente. Tenía la sensación densa, aunque el viento despeinaba mi cabeza. La cerveza me estaba refrescando y no paraba de fumar. Entonces, la mujer de dientes afilados me contestó un poco arrepentida, ya era tarde, seguiría fumando hasta que me acabase esa lata y me fuese a dormir. 

Hoy no era nuestro día, aun así, le confesé que estaba mirando a unos pajaritos y que, si pudiese, que no podía, cazaría uno para verlo de cerca. Sin poder volar, agarrado por mi mano como el cuerpo de Bukowski encarcela al pájaro azul.
Era un pensamiento bastante cruel y lo deseché. En parte quería desagradar a la tipa de dientes largos.

Ya en mi cama, mis pulmones pudieron respirar. Recordé unos ojos azules, no eran los más cercanos si no los más alejados. También recordé ese agujero en el infinito, quizá echaba de menos su coño.

Volví a sentir nostalgia, volví a estar destruido.




Para mi colega Pablo F. el alemán.

jueves, 18 de enero de 2018

Nubes




El cielo estaba ocupado
por un hilván dorado en ese mar de nubes
dónde observa el paso de coches
el ojo secreto tras el claro,
ser superior de otras entendederas
y en la tierra disimulan los proscritos
de culto carpetovetónico
obviando esa estampa temporera.

Yo miré el parpadeo
de ese dios desordenado
acabó mi cuerpo partícipe

de un elevado jaleo
ajeno al del ser humano
acabó mi alma tan triste.

viernes, 5 de enero de 2018

La dieta de la autodestrucción



Me dejo crecer las uñas
para recordar las garfas
que acariciaron mi desastrada barba.
Y ahora, tendido y escondido,
orbitan cerebros vacíos
alrededor de mi cabeza enferma,
diciendo lo que tengo
y lo que tengo que hacer,
acribillando con cristales
mi corazón herido.
Pienso en los patafísicos,
en las fontanelas del Universo,
lo cosmogónico me invade
y me fijo en una molécula.
¡Así, así! ¡A este paso!
Mi cuerpo se hace pequeño y extraño,
mi presencia adelgaza.
Un mal viento deseo
que ataque a mi materia
dejando escapar mi alma,
que es bilis pasada.

jueves, 28 de diciembre de 2017

Hoy voy a enfermar.


La tranquilidad que da fumar cuando pasan los coches
una vorágine de incomodidad,
en la mente Harry Haller
un don nadie como verdad.
El dolor en los días cotidianos
porque a ratos se creó la humanidad
y a tragos el tiempo humano.
Una ecdisis para la existencia
por la crisis de lo mundano,
desaprender esta cultura
en madejas de lo anclado.
En el cielo pájaro alado
en el suelo saurio ocelado.


sábado, 26 de agosto de 2017

Pensando el rato.



Descubrí una tarde, un verano, una charca.
En ella nadaba una rana, a veces paraba a cantar. Plácida y sin frío, quizá algo humana.
Descubrí una tarde, un verano, una rama.
Un caracol paseaba, sin prisa, sin hiel, no resbalaba. Tranquilo y todo claro, en su caravana.
Descubrí una tarde, un verano, una pala.
Donde colgaba una araña, mecida en su tela. Asusta y aparenta, pero solo espera ¿Y si vibra?
Me paré, me senté en un bordillo, disfruté de ese cálido y tierno abrazo. El mero trato con ello me cobijaba. Ahora estaba vivo.
Ví el detalle, una gran tormenta se acercaba.
Me marché.
Esta noche volví a soñar con ellos, la rana, el caracol y la araña.

No temen nada.